Sin efectivo, por favor: Cómo el coronavirus desató el miedo al papel moneda
En tiempos difíciles, se sabe que las personas acumulan dinero en casa, un colchón de seguridad financiero contra la profunda incertidumbre. Pero en la crisis del coronavirus, las cosas son diferentes. Esta vez, el efectivo, que se transmite de persona a persona tal como el virus, es una fuente de sospecha más que de tranquilidad.
Un billete ya no es algo que se puede meter sin pensar en un bolsillo, en una billetera o arrojar casualmente sobre la encimera de la cocina; el papel moneda cambió su estatus durante la pandemia, tal vez de manera irrevocable.
El virus también ha despertado el debate sobre la viabilidad continua de lo que ha sido el alma de las economías mundiales: los billetes físicos y las monedas.
En supermercados de EE.UU y Japón, en barrios marginales de África y hasta en estaciones de servicio de Teherán, un número creciente de empresas e individuos en todo el mundo han dejado de usar efectivo por temor a que el cambio físico, tocado por decenas de miles de personas durante su vida útil, sea un vector para la propagación del coronavirus.
Funcionarios públicos y expertos en salud han dicho que el riesgo de transferir el virus de persona a persona mediante el uso de dinero es mínimo. Aún así, en medio de la era del coronavirus, se hacen miles de cálculos antes de manejar efectivo -y se hace principalmente con las manos enguantadas-. Algunos dejan el dinero depositado sobre una superficie durante días, para que el potencial virus muera.
Otros desinfectan los billetes con aerosol. Varios, incluso, los colocan en el microondas, con la creencia de que ello mata el patógeno. En China, los bancos ahora deben esterilizar el efectivo con luz ultravioleta o calor.
“En muchas áreas, el efectivo ya comenzaba a desaparecer debido al mayor riesgo de robo, la facilidad de comprar por internet y la omnipresencia de los teléfonos celulares”, expuso Zachary Cohle, profesor asistente en el departamento de economía de la Universidad de Quinnipiac, en Connecticut.
“El efectivo”, agregó, “ahora conlleva un estigma adicional”.
Pero, ¿es posible deshacerse de los billetes en su totalidad? Los humanos tienen una relación emocional centenaria con el dinero físico, que es difícil de borrar.
“La moneda representa el valor que podemos tener en nuestras manos. El efectivo nos proporciona una manera de traducir el trabajo de un día en algo tangible y fácil de intercambiar”, expuso Cohle.
“Cash ist Fesch” es un dicho común en Austria y el sur de Alemania. La frase, que literalmente significa “el efectivo es hermoso”, refleja el apego a los billetes y monedas, y no sólo entre la generación anterior o aquellos que se preocupan por la pérdida de privacidad que pueden generar los pagos por otros medios. “Principalmente, siempre pago en efectivo”, aseguró Ingel Strobl, un pensionista de 76 años, mientras compraba en una panadería en el centro de Viena. “No quiero que perdamos nuestro derecho al dinero propio. Sabe bien a qué me refiero”.
Para algunos entre la generación más joven, pagar en efectivo también es un símbolo de estatus social elevado.
Sin embargo, desde el brote del virus, las tiendas que han permanecido abiertas colocaron letreros para alentar el pago con tarjetas. Muchos dicen: ‘Según el banco central de Alemania, el 43% de las personas cambiaron su comportamiento de pago en las últimas semanas; ahora, es probable que un gran porcentaje realice pagos sin contacto, mediante una tarjeta’.
Japón, a pesar de su reputación sofisticada, también cree firmemente en el efectivo. Pero la amenaza del coronavirus podría ser el ímpetu que la nación necesitaba para avanzar hacia más pagos sin efectivo. “La cultura está cambiando lentamente”, consideró Hiroki Maruyama, quien dirige la Asociación Fintech de Japón, una organización sin fines de lucro.
Para el inversionista multimillonario Warren Buffett, “el efectivo, combinado con el coraje en una crisis, no tiene precio”. Y en los países afectados por la crisis y en partes del mundo azotadas por conflictos o la inflación, el dinero todavía se lleva encima en gruesos fajos durante las simples salidas de compras.
En el Líbano, mientras que la situación económica se deterioró a fines del año pasado y aumentó el temor a la quiebra de los bancos, muchas personas comenzaron a ahorrar efectivo en sus hogares. También incrementó la venta de cajas fuertes para las casas.
Como los bancos impusieron controles de capital, retirar divisas en ellos y luego cambiarlas en una de las omnipresentes tiendas de cambio del mercado negro se volvió la norma.
“Me pongo guantes. Pero, ¿la verdad? El coronavirus es lo último en lo que piensa la gente en este momento”, reconoció un cambista en Beirut, que pidió ser identificado sólo por su primer nombre, Ihsan, por temor a la atención no deseada de las autoridades.
El efectivo todavía impera en muchas otras partes del Medio Oriente, así como en África occidental y central. Las tarifas mensuales de las cuentas bancarias son prohibitivas para muchos, y los trabajadores independientes a menudo mantienen sus ahorros en casa, en divisas. En algunas partes de África, los cajeros automáticos a menudo no funcionan.
Dorothy Harpool, directora y profesora de la Escuela de Negocios W. Frank Barton, de la Universidad Estatal de Wichita, predice que la pandemia hará que algunos consumidores reconsideren el uso del efectivo. Pero dejar de usarlo por completo, dijo, todavía está muy lejos.
“Hasta que todos los países tengan acceso confiable a internet, no creo que la pandemia cambie singularmente las prácticas pasadas”, remarcó. En particular, es probable que las transacciones en efectivo sigan siendo la norma para las empresas que operan bajo el radar del gobierno y otros organismos reguladores.
Según Ihsan, el cambista de Beirut, hay ciertas cosas que no se pueden hacer sin efectivo. “¿De qué otra manera se puede sobornar a un empleado del gobierno para que apruebe algún negocio?”, se preguntó. “¿Con una tarjeta de crédito?”.
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