Fito Páez regresa a L.A. para poner toda la carne sobre el asador
Aunque la audiencia masiva en el mundo latinoamericano lo recuerda esencialmente por temas de fines de los ’80 e inicios de los ’90 que sonaron continuamente en las radioemisoras de nuestros países de origen, Fito Páez tiene un repertorio amplio y valioso que trasciende los confines generacionales, y que se sigue renovando pese al paso del tiempo.
Eso quedó absolutamente claro durante el debut del cantante, pianista y compositor en el Dolby Theatre de Los Ángeles, convertido la noche de ayer en escenario de un generoso espectáculo que, sin estar libre de problemas técnicos que pudieron evitarse, dio cuenta de la gran versatilidad y del enorme talento del protagonista de la velada.
Quienes lo recordaban solamente por los ‘hits’ absolutos salieron probablemente sorprendidos al darse cuenta de que Páez (que no visitaba esta ciudad con una banda completa desde tiempos inmemoriales) es un músico mucho más aguerrido que el artista de tendencias ‘poperas’ y aparentemente ligeras en el plano musical que tenían en mente, y para probarlo, el rosarino abrió fuegos con “La ciudad liberada”, tema principal -y profundamente rockero- que forma parte de su más reciente producción discográfica, titulada del mismo modo.
Fito Páez lo dice todo antes del show de Hollywood
Poco después, el Dolby se vio sometido a una andanada todavía más poderosa: una versión de “Naturaleza sangre” (tema publicado en 2003) que se llenó de potencia instrumental y vocal. Y casi al final del set oficial, arribó “Ciudad de pobres corazones”, otro himno guitarrero que no dejó a nadie indiferente.
También se hizo presente “Al lado del camino”, una composición tremendamente inspirada, con letra extensa y contundente, que recuerda un poco al mejor Dylan y que muestra la faceta más contestataria del argentino.
Pero eso no quiere decir que Páez se haya alejado de sus esfuerzos más comerciales y pegajosos, como lo demostró la inclusión temprana de “Aleluya al sol”, otra pieza del último álbum que responde a esas inclinaciones, aunque cuenta con una letra profundamente propositiva y firmemente feminista.
Más adelante, llegó “Se terminó”, otra aventura en plena clave pop del mismo disco, pero con un mensaje que reconoce que “al final, el reggaetón mueve el mundo”, y que le rinde también tributo a Charly García (amigo cercano de Páez) durante su paso por Sui Generis.
Y es que Fito es así: popero, rockero, baladista y ocasionalmente folklorista, sin reparos ni complejos. Lo último se plasmó sobre todo en la interpretación de “Giros”, con todo y un bandoneón simulado, y en los acordes soneros de piano que incorporó al final de “Y dale alegría a mi corazón”.
Claro que lo que sigue moviendo a sus fans son los éxitos, incorporados generosamente en el repertorio de la noche con temas como “El amor después del amor”, “Dos días en la vida”, “Circo Beat” y “Brillante sobre el mic”, a lo que se sumaron los ya citados “Giros” y “Ciudad de pobres corazones”.
Lo dicho corresponde únicamente al segmento ‘oficial’ del show, porque, para el ‘bis’, Páez se cambió de traje (dejó el naranja por el amarillo) y se sentó primero al piano para dejarle el micrófono a la cantante mexicoamericana de 16 años Ángela Aguilar, hija del legendario Pepe, quien ofreció una deslumbrante interpretación vocal de “Yo vengo a ofrecer mi corazón” que merecía más aplausos de los que recibió (lo que nos lleva a asumir que la audiencia no estaba demasiado familiarizada con ella).
Después vino una larga versión de “Mariposa tecknicolor” (que sigue siendo su pieza más ‘mainstream’ y ‘radiable’), seguida por “Y dale alegría a mi corazón” (otra creación optimista con mayor intervención del piano); y, como fin de fiesta, se nos ofreció a “El diablo de tu corazón” (que es razonablemente rockera y funciona como un digno cierre de concierto).
Páez tiene una personalidad exuberante, tanto en sus ademanes como en sus comentarios. En cierto momento, contó una historia que pudo estar relacionada con el alcohol y las drogas (y vinculada a la etapa en la que conoció a su primera esposa, Cecilia Roth), y en otro, cuestionó con humor a los asistentes que llegaban recién al auditorio cuando él ya había tocado cinco canciones. “Los latinoamericanos, siempre tarde”, exclamó. “¿Repetimos todo? ¡No, si a esta edad ya ni llego hasta el final!”
El cantante argentino se presentó en el Festival Internacional Cervantino de Guanajuato antes de llegar con su show sinfónico a Los Ángeles
Aunque su voz dio ciertas muestras de cansancio, cantó por lo general de modo brillante, alcanzando las notas altas de “El amor después del amor” y balbuceando un poco solo cuando era necesario (lo que pudo deberse a un algún consumo previo o a un simple carácter juguetón). También tomó bastante bien los desperfectos que afectaron al piano acústico que se le había prestado, y que tuvo que ser finalmente cambiado por uno de tipo eléctrico.
Pero no dijo absolutamente nada sobre la política, y aunque está lejos de ser un hombre religioso, cerró la presentación de “Mariposa tecknicolor” apelando a una interminable serie de cánticos compartidos con la audiencia que nos remitieron de inmediato a una escena desarrollada dentro de una iglesia evangélica, lo que lo se podría leer también como una afirmación de su condición de líder espiritual para todos aquellos que siguen fielmente sus pasos tras cuatro décadas de carrera.
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