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Columna: Pedir el alto al fuego en Gaza es una obligación moral de los funcionarios estadounidenses

Una casa semidestruida en Gaza, imagen tomada en 2015.
(Pedro Ríos)
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Cuando visité la Franja de Gaza en septiembre de 2015, caminé sobre los escombros de lo que alguna vez fueron edificios en el barrio norteño de Shejaiya. Otros edificios estaban parcialmente en ruinas, y evidencia de metralla en las paredes y agujeros causados por las balas marcaban las casas que quedaron en pie y donde aún vivía gente.

Un año antes, las fuerzas israelíes habían lanzado el Operativo Margen Protector en respuesta a los cohetes lanzados por Hamás. El asalto a Gaza y sus habitantes duró 51 días en julio y agosto de 2014. La operación militar fue la tercera operación importante de las fuerzas armadas israelíes en Gaza en siete años, y con diferencia la más letal y destructiva en ese momento. Murieron entonces 2202 palestinos, entre ellos más de 500 niños, y 72 israelíes (62 de los cuales eran soldados). Miles de palestinos resultaron heridos, más de 18 mil de sus hogares fueron destruidos, 470 mil fueron desplazados y grandes zonas de Gaza fueron arrasadas.

Amnistía Internacional acusó a Israel de cometer crímenes de guerra por atacar indiscriminadamente viviendas civiles sin previo aviso, y una comisión de derechos humanos de las Naciones Unidas también llegó a una conclusión similar, sugiriendo que incluso podrían haber sido “asesinatos intencionales”.

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Pero si el Operativo Margen Protector no tuvo precedentes por su falta de proporcionalidad y por el hecho de que los soldados no distinguieron entre civiles y combatientes, palidece en comparación con la violencia que Israel ha desatado contra la población de Gaza en las últimas semanas. La venganza indiscriminada que ha desplegado, con el apoyo de Estados Unidos, es aterradora.

El presidente Joe Biden no exageró cuando dijo en su discurso del 19 de octubre en que pidió un aumento de la ayuda para Israel y Ucrania que Estados Unidos se encuentra en “un punto de inflexión en la historia”.

Es necesario un alto al fuego inmediato para evitar más masacres y se debe permitir la entrada de ayuda humanitaria a Gaza para atender necesidades urgentes. Nuestros funcionarios electos tienen la obligación moral de hablar sobre esto porque cada día, los brutales ataques aéreos de Israel matan a cientos de personas, incluidos niños.

El presidente Biden declaró recientemente en una conferencia de prensa que no confiaba en que “los palestinos estén diciendo la verdad” sobre el número de muertos por los bombardeos de Israel. Al día siguiente, el Ministerio de Salud palestino en Gaza publicó una lista de muertes documentadas desde que comenzaron los bombardeos el 7 de octubre. Esa cifra supera ahora las 8300, entre las que se incluyen más de 3324 menores de edad.

Cuando el presidente Biden cuestiona la veracidad del número de muertos, tiene el efecto de devaluar las vidas de aquellos que las fuerzas israelíes han matado. Eso incluye al hijo de 12 años del poeta y periodista Ahmed Abu Artema, a quien conocí y recibí en 2019 cuando la organización para la que trabajo lo patrocinó en una gira por los Estados Unidos. Además de su hijo, Ahmed perdió a otros tres miembros de su familia y sufrió quemaduras de segundo grado debido a un ataque aéreo israelí a su casa.

La escasez de vías legales para la inmigración ha producido condiciones laborales terribles que arrastran a los niños a una fuerza laboral a menudo peligrosa.

El escritor Yousef Aljamal, que estuvo recientemente en San Diego compartiendo historias sobre la experiencia de su familia viviendo bajo la ocupación militar en Gaza, escribió que un avión de guerra israelí mató a nueve miembros de su familia cuando atacó un edificio residencial en el campo de refugiados de Al-Nuseirat en el centro de Gaza.

Otros queridos amigos y compañeros de trabajo también han perdido a decenas de seres queridos, sus hogares han sido bombardeados y se encuentran sin recursos básicos como alimentos, agua y electricidad.

La devastación en Gaza no está exenta de contexto. Los palestinos han sufrido durante 16 años de bloqueo terrestre, marítimo y aéreo de Israel, y a pocos se les permite salir de Gaza, lo que llaman una prisión al aire libre donde residen 2.3 millones de personas en 141 millas cuadradas.

En 2015, me reuní con jóvenes en Gaza que describieron el dolor de tener un futuro incierto debido a cómo las guerras habían devastado sus vidas. Compartieron sobre el profundo trauma que los atormentaba. Hablaron de vivir vidas fracturadas, porque la ocupación controla quién puede entrar y salir de Gaza. Anhelaban regresar a sus pueblos de origen, la tierra de sus abuelos, de donde fueron expulsados por la fuerza en 1948 y convertidos en refugiados.

Pero también hablaron de querer ir a la escuela para convertirse en médicos, educadores y otras profesiones admirables. Imaginaban vivir libres sin políticas de apartheid bajo una ocupación militar. Me pregunto, ¿dónde estarán ahora esos jóvenes, si han sobrevivido a los incesantes bombardeos, si algún día experimentarán una paz duradera con justicia?

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