La droga sintética es la principal culpable de la epidemia de opiáceos en Estados Unidos...
Melissa y Daryl McKinsey escucharon por primera vez acerca de “Mexican Oxy” el año pasado, cuando su hijo Parker, de 19 años, comenzó a llorar. “Necesito ir a rehabilitación”, les dijo.
Varios meses antes, un amigo le había dado a Parker una píldora celeste estampada en un lado con la letra M.
Se parecía a una conocida marca de oxicodona, el analgésico recetado que provocó la epidemia de opioides en Estados Unidos.
Pero la píldora era en realidad un opioide mucho más poderoso y adictivo: el fentanilo.
En cuestión de semanas, Parker aplastaba e inhalaba hasta ocho pastillas al día.
Desarrollado hace décadas como analgésico de último recurso, el fentanilo superó a la heroína y las píldoras recetadas hasta convertirse en el impulsor central de la crisis de los opioides, y ahora es la principal causa de muerte por sobredosis en EE.UU.
El año pasado, más de 31.000 personas en el país murieron después de tomar fentanilo o uno de sus parientes químicos cercanos, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE.UU (CDC). Ninguna otra droga en la historia moderna ha matado a más personas en un año.
El fentanilo comenzó a aparecer en las calles estadounidenses en cantidades significativas en 2013; la mayor parte se fabricaba en China y era enviado por correo.
Hoy, los funcionarios señalan que la mayoría es contrabandeado desde México, donde está reformulando el tráfico de drogas a medida que los traficantes lo adoptan por sobre la heroína, más difícil y costosa de producir.
Mientras que esa droga está hecha de plantas de amapola, que crecen sólo en climas específicos y tardan meses en cultivarse, el fentanilo y otros productos sintéticos se cocinan a partir de químicos, en laboratorios improvisados y en cuestión de horas.
Los agentes fronterizos de EE.UU siguen interceptando cantidades crecientes de fentanilo. En enero, informaron sobre su mayor incautación: 254 libras de polvo y píldoras, escondidas en un camión que transportaba pepinos a Nogales, Arizona.
Parker McKinsey creció a 200 millas al norte de allí, en el idílico suburbio de Phoenix de Buckeye. Las banderas estadounidenses y los móviles de viento cuelgan de los porches, y el tráfico es tan ligero que los residentes a veces conducen carros de golf en las calles.
Sus padres lo criaron a él y a su hermano menor, Bryan, para creer en dos cosas: Dios y el béisbol. Grandes amigos entre sí, los muchachos rubios y de ojos azules eran jugadores sobresalientes de la preparatoria, y competían cada verano en las principales ligas de clubes del país.
Parker, quien tenía un espíritu rebelde y le costaba estudiar, quedó devastado cuando no logró captar el interés de los equipos universitarios. Después de graduarse, en la primavera de 2017, cayó en una depresión y pasó de fumar marihuana a emplear drogas más fuertes.
Fue Bryan quien instó a sus padres a prestar atención al pedido de ayuda de su hermano mayor. “Podría morir”, les advirtió.
Los McKinsey apelaron a sus ahorros para inscribir a Parker en un centro de rehabilitación, a un costo de $20.000 al mes.
La mañana que lo dejaron allí, su madre, directora de una escuela primaria, pensó para sí: “Este es el peor día de mi vida”. Sin embargo, ese momento aún estaba por llegar. La culpable, nuevamente, sería una píldora azul, estampada con la letra M.
El fentanilo también tuvo un profundo efecto en México, donde ha alterado la economía de las drogas al crear nuevas oportunidades para algunos traficantes y productores, al tiempo que dejó a otros fuera del negocio.
Ruperto Pacheco Vega aún no había nacido, a principios de la década de 1970, cuando aparecieron extraños en las colinas del sur de México, con semillas de amapola como regalo. Les mostraron a los lugareños cómo cultivar las plantas y cómo extraer la resina que rezumaba de sus bulbos.
Tres veces al año, durante la cosecha, los extraños volvían para comprar la resina, que finalmente convertían en heroína.
Pacheco tenía ocho años cuando comenzó a ayudar a su padre a cultivar amapolas, en su granja en la ladera del estado de Guerrero. Era una de las pocas formas de ganarse la vida allí.
Los precios de la amapola se mantuvieron estables durante muchos años, hasta 2011, precisó, cuando comenzaron a subir. Él no lo sabía, pero la epidemia de opioides en Estados Unidos estaba entrando en una nueva fase.
Durante años, los médicos estadounidenses recetaron en exceso oxicodona y analgésicos similares. Pero la mayor regulación hacía que esas píldoras fueran más difíciles de obtener por la vía lícita, por lo cual los adictos recurrían a la heroína.
En Guerrero, el precio corriente del opio alcanzó un pico de $600 por libra. La producción en 2017 superó al cultivo agrícola legal en el estado en aproximadamente $132 millones, según el grupo de expertos de política internacional Noria Research.
Para ese año, los campos de amapola en México cubrían 109.000 acres, más del triple del total registrado seis años antes.
Pacheco, quien ahora es padre, recuerda felizmente ese período dorado. Después de toda una vida subsistiendo con tortillas y frijoles, finalmente pudo darse el lujo de comprar carne de res para su familia.
Él y otros agricultores de amapola se enfrentaban a las campañas de erradicación por parte del gobierno mexicano y debían afrontar batallas territoriales periódicas entre los cárteles, pero el dinero siguió fluyendo.
Sin embargo, hace dos años los precios se desplomaron. Hoy, una libra de opio cuesta menos de $100.
Cuatro de los cinco hijos de Pacheco emigraron a Estados Unidos en busca de trabajo. No hay suficiente dinero para pagar la matrícula de la preparatoria, con valor de $40, de su hijo menor, o para comprar velas para el altar de la Virgen de Guadalupe que mantienen en un rincón de su casa.
En mayo pasado, Pacheco, de 43 años, cosechó resina de opio en el terreno de su familia por última vez, y reemplazó sus plantas de amapola rosa pálido por maíz. El laboratorio local de heroína ahora se encuentra abandonado.
Cuando Pacheco pregunta a los compradores de opio qué pasó, todos dicen lo mismo: “Los sintéticos hicieron colapsar todo”.
En un rancho en el norte de México, un joven de 23 años se pone un traje apto para tratar materiales peligrosos, enciende una estufa de campamento y comienza a cocinar productos químicos en un caldero. El ingrediente clave, introducido de contrabando desde Asia, es una molécula llamada 4-anilino-N-fenetil-4-piperidina.
El muchacho cuida de no dejar que la mezcla toque su piel. Ha visto a otros cocineros de fentanilo drogarse con la sustancia mientras la preparaban, y oyó hablar de otros que sufrieron una sobredosis accidental y murieron.
El cocinero, quien habló bajo condición de anonimato, era ganadero antes de aprender a fabricar fentanilo gracias a internet.
“Se gana más”, comentó. “Es menos trabajo, menos inversión y más ganancias”.
Él y sus socios comerciales, otros dos cocineros de 20 años, trabajan fuera de la ciudad de Culiacán, con el permiso del cártel de drogas de Sinaloa.
En dos años en el negocio, comentó, compró seis vehículos. Recientemente abrió un lavado de autos para lavar dinero.
El cocinero original de fentanilo fue un químico y desarrollador farmacéutico belga llamado Paul Janssen, quien intentaba crear un analgésico más potente que la morfina cuando sintetizó fentanilo por primera vez, en 1960.
La Administración de Alimentos y Medicamentos de EE.UU (FDA, por sus siglas en inglés) aprobó el fentanilo ocho años después, para anestesiar a los pacientes durante la cirugía. Posteriormente se desarrolló en un parche cutáneo para pacientes con cáncer terminal y aquellos que se habían vuelto tolerantes a otros opiáceos fuertes.
Años más tarde, a medida que las tasas de adicción a los opioides se disparaban en EE.UU, los químicos en China y otros lugares comenzaron a fabricar la droga de forma ilegal y a venderla a los estadounidenses a través de la web oscura.
Los traficantes estadounidenses comenzaron a rociarla con heroína e incluso cocaína, para hacerla más potente: en 2016, el 11% de las muestras de heroína analizadas por la Agencia Antidrogas (DEA) contenían fentanilo o sustancias relacionadas, y se cree que esa cifra creció significativamente desde entonces.
Column One
Column One is a showcase for compelling storytelling from the Los Angeles Times.
Las sobredosis se dispararon. Las muertes por fentanilo superaron a las causadas por la heroína por primera vez en 2016. El año pasado, llegaron al doble.
El fentanilo es 50 veces más fuerte que la heroína, y la ingestión de unos pocos granos, apenas un cuarto de miligramo, puede ser mortal.
Los expertos en salud pública denunciaron al fentanilo como la tercera oleada de la crisis de los opioides, después de las píldoras recetadas y la heroína, pero el Congreso y la administración Obama tardaron en actuar.
Mientras tanto, los narcotraficantes mexicanos comprendieron la magnitud de la oportunidad comercial y comenzaron a importar fentanilo y los precursores químicos para fabricarlo por sí mismos. Según las autoridades, esta droga puede ser hasta 20 veces más rentable que la heroína.
Cuesta $32.000 producir un kilogramo de fentanilo, según un grupo de tareas de las agencias del orden de EE.UU conocido como el Fentanyl Working Group. Esas 2.2 libras pueden usarse para fabricar un millón de píldoras, con un valor de $20 millones.
El fentanilo tiene otra ventaja para los traficantes mexicanos. El comercio de narcóticos en ese país se ha descentralizado cada vez más, en gran parte debido a la estrategia de una década del gobierno mexicano para combatir el tráfico de drogas mediante la captura o matando a los capos de los cárteles.
Para operaciones criminales más pequeñas, el fentanilo es una combinación perfecta. Es mucho más fácil comprar precursores químicos de los contrabandistas que controlar amplios cultivos de amapola. “Es una barrera de entrada muy baja”, señaló Steven Dudley, experto en delincuencia en Latinoamérica. Los días de los cárteles mexicanos como “un grupo criminal monolítico estructurado verticalmente” están llegando a su fin, expuso. “Ese modelo es una reliquia del pasado. Y el mercado de drogas sintéticas puede acelerar su desaparición”.
Dentro de un centro comercial bien refrigerado, en un barrio exclusivo en Culiacán, un narcotraficante de 43 años terminaba su taza de helado.
El sujeto, que habló bajo condición de anonimato, afirmó que él también es parte de una célula independiente que trabaja con la autorización del cártel de Sinaloa.
Mantener su negocio pequeño fue la elección que tomó después de ver a la policía atacar a líderes poderosos, como el ex jefe del grupo de Sinaloa, Joaquín “El Chapo” Guzmán. “Prefiero ser un pez pequeño”, aseguró. “Porque las autoridades sólo persiguen a los grandes”.
Vestido con sandalias y una camisa polo, el hombre narró que se metió en el negocio hace 15 años, siguiendo los pasos de su padre, quien era contrabandista de marihuana.
Al principio, sólo vendía marihuana, pero a medida que en algunas zonas de EE.UU comenzaron a legalizar esa droga, reduciendo la demanda de México, pasó a la metanfetamina y luego a la heroína.
En los últimos dos años, la demanda de los distribuidores estadounidenses a quienes provee ha cambiado. Solían pedir envíos con un 90% de heroína y 10% de fentanilo. Ahora es al revés. “No es que los clientes lo pidan”, comentó, acerca del fentanilo. “Los distribuidores lo quieren. Es más productivo para ellos; pueden ganar más dinero”.
Aunque el fentanilo ha rendido buenas ganancias, el traficante confesó que eso pesa en su conciencia. Cuando las drogas se cocinan en laboratorios independientes, pueden ocurrir errores, y su red de distribuidores estadounidenses corrió la voz de que ciertos lotes eran malos y probablemente habían ocasionado muchas muertes.
“La verdad es que estoy menos orgulloso de enviar esa droga”, afirmó, sobre el fentanilo. “Pero si no lo hago, quedaré fuera del negocio”. Al menos con la marihuana “sabía que no iba a matar a nadie”, expuso.
Ahora sueña con ahorrar suficiente dinero para trasladar a su familia al campo, montar una granja de huevos orgánicos y dejar atrás el negocio de las drogas.
Por lo general, trafica polvo de fentanilo, pero a veces introduce de contrabando pastillas.
La primavera pasada, envió un gran cargamento a la frontera de Arizona. Eran azules y estaban estampadas en un lado con la letra M.
Bryan Dale McKinsey, a pitcher for the Verrado High School baseball team, took a pill he believed was oxycodone and never woke up. The medical examiner’s report found the pill contained fentanyl and ruled his death an accidental overdose.
Melissa y Daryl McKinsey, preocupados por ayudar a Parker a rehabilitarse, no pensaron que también debían preocuparse por su hijo menor, Bryan.
Era un chico sereno. El tatuaje que le habían permitido hacerse en su antebrazo derecho, para su cumpleaños número 17 -una cruz con una pelota de béisbol en el medio- daba cuenta de sus pasiones.
Había sido un lanzador del equipo universitario desde su primer año y atraído el interés de docenas de instituciones. A principios de 2018, voló a la Universidad de St. Louis para una visita oficial, y le dijo a su madre que planeaba ir allí.
Mientras su hermano todavía estaba en rehabilitación, Bryan jugaba el mejor béisbol de su vida. En un partido, el 3 de mayo, lanzó una bola rápida con las bases cargadas en la entrada final y le aseguró a su equipo un lugar en las semifinales estatales.
Cinco días después, entró en la habitación de sus padres, como hacía todas las noches, y le dio a su madre un beso de buenas noches.
A la mañana siguiente, Melissa se levantó al amanecer y se fue a trabajar. Daryl, un conductor de camión de reparto, todavía estaba en un turno nocturno. El hombre no pensó demasiado cuando una amiga del chico lo llamó, diciendo que Bryan no le había enviado mensajes de texto para decirle buenos días, como hacía a diario. Daryl condujo hasta su casa y abrió la puerta de la habitación de Bryan, esperando encontrarlo todavía dormido.
Las luces estaban apagadas, la televisión estaba encendida y Bryan estaba sentado en la cama, con una gorra de béisbol. Le tocó la mejilla; estaba fría.
En el bolsillo de Bryan, la policía encontró varias píldoras azules, estampadas en un lado con la letra M. Un informe de toxicología señaló al fentanilo como la causa de muerte.
Sus padres no saben de dónde sacó las píldoras ni por qué las tomó. No tenía dolor crónico, y era muy consciente de la lucha de su hermano contra la droga. “Podría morir”, les había advertido Bryan un tiempo antes sobre su hermano.
Para leer esta nota en inglés haga clic aquí
Suscríbase al Kiosco Digital
Encuentre noticias sobre su comunidad, entretenimiento, eventos locales y todo lo que desea saber del mundo del deporte y de sus equipos preferidos.
Ocasionalmente, puede recibir contenido promocional del Los Angeles Times en Español.