¿Por qué Ted Cruz no juega la carta latina para ganar en las primarias en EE.UU.?
WASHINGTON/BBC MUNDO — La victoria de Ted Cruz en las primarias republicanas de Iowa es tal vez el triunfo electoral más notorio que haya tenido una persona de ancestro latino que aspire a la presidencia de Estados Unidos. Y paradójicamente, es una de las victorias menos celebradas por los hispanos en ese país.
En realidad, su biografía personal y su carrera personal hacen difícil encasillarlo.
Cruz es una criatura bien peculiar en el mundo político estadounidense.
Su padre es cubano, pero su ascenso político no transcurrió en Miami sino en Texas y sus primeros años los pasó en Canadá.
Cruz padre se marchó de Cuba en 1957, antes del triunfo de la Revolución castrista, gracias a que consiguió una beca para estudiar en la Universidad de Texas.
Cuando se graduó, fundó una empresa en el sector petrolero pero en Canadá. Así fue que en Calgary, el 22 de diciembre de 1970, nació Rafael Edward Cruz.
Lo que ha sido aprovechado por rivales políticos como Donald Trump para plantear si está descalificado para aspirar a la presidencia por haber nacido fuera de territorio estadounidense.
Diversos analistas constitucionales han dicho que Cruz no tiene impedimento en ese sentido pues su madre, Eleanor Darragh, de ancestro irlandés, era ciudadana estadounidense cuando lo tuvo.
Ted Cruz renunció formalmente a su ciudadanía canadiense en 2014.
El padre
Uno de sus rivales por la nominación republicana, el también cubanoestadounidense Marco Rubio, recuerda incesantemente el origen inmigrante de sus padres.
Mientras que para Cruz, el punto destacado de la biografía de su padre es su papel como pastor evangélico.
Es una fe que el candidato también ha abrazado públicamente y que estuvo en el centro de su exitosa estrategia para ganar los caucus de Iowa.
Cruz, un miembro del Tea Party, el ala más conservadora del partido Republicano, también se ha hecho conocer por sus posiciones de derecha, incluyendo una implacable oposición a Obamacare, la reforma de salud impulsada por el actual gobierno, y una estrategia de cero tolerancia frente a los inmigrantes indocumentados.
Algunos dirigentes republicanos creen que el ancestro latino de candidatos como Cruz y Rubio es una manera de acercar más el partido a la comunidad inmigrante que está cambiando la cara de Estados Unidos.
Los latinos constituyen el 17% de la población de EE.UU., y entre la comunidad se oyen muchas voces que, para ponerlo en términos claros, simplemente no reconocen a Cruz como uno de ellos.
Cruz por supuesto no sería el único dirigente que escoge no hacer énfasis en su etnicidad, cuando lo que quiere es llegarle al mayor número posible de estadounidenses.
Al fin y al cabo, nadie esperaba que Obama, de padre keniano, hablara en un idioma africano en sus intervenciones públicas cuando aspiró a la presidencia por primera vez en 2008.
Pero en la política estadounidense, el apoyo de las comunidades étnicas ha sido en muchas ocasiones un bastión importante para apuntalar las intenciones de dirigentes ambiciosos provenientes de afuera de las estructuras tradicionales de poder.
John F. Kennedy se apoyó en su ancestro irlandés para llegar a la Casa Blanca en 1960. Y generaciones de políticos cubanos de Miami han hecho gala de su latinidad, o al menos de su “cubanía”, para buscar escalar posiciones en el sistema político estadounidense.
Buen estudiante
Cruz se preocupó más por ser un buen estudiante que por ser un latino destacado.
Ingresó a la universidad de Princeton, parte de la llamada “Ivy League” (el grupo de universidades más prestigiosas del país), donde estudió entre 1988 y 1992.
En Princeton la comunidad latina era pequeña, cerca del 5% del estudiantado. Todos tendían a conocerse entre sí. En esos años, Sinsi Hernández era presidenta de “Acción Puertorriqueña y Amigos”, una de las dos organizaciones estudiantiles latinas de la universidad.
“Yo conocía a Ted Cruz entonces”, le dice a BBC Mundo. “Yo era muy activa en los asuntos de latinos en la universidad. Él no era muy amigable. No fue una de esas personas que se identificó como parte de nuestra comunidad. No fue parte de ese mundo”, recalca Sinsi Hernández.
En cambio, en la Universidad de Princeton Cruz formaba parte de la Sociedad Whig-Cliosophic, un venerable club de debate estudiantil cuyos orígenes se remontan al siglo XVIII, a la que gravitaban los aprendices de abogados y políticos más entusiastas.
Ahí, y no en las fiestas de música salsa de los latinos de la universidad, era en donde el joven Cruz parecía estar más en su elemento.
Cruz no fue muy popular en la universidad en general, entre estudiantes latinos o anglosajones, según han dicho otros que compartieron las aulas con él. Su excompañero de habitación en las residencias estudiantiles, Craig Maizin, dijo a los medios estadounidenses que prefería que el presidente estadounidense fuese escogido buscando un nombre al azar en el directorio telefónico a que Cruz fuera el elegido para la Casa Blanca.
Después de graduarse de Princeton obtuvo otro título, esta vez de abogado, en la exclusiva universidad de Harvard.
De ahí, luego de una prestigiosa pasantía en la Corte Suprema de Justicia, se enfiló definitivamente a la política.
“Hispano de verdad”
La historia de Cruz es tan distinta a la visión tradicional que se tiene de los latinos en Estados Unidos, que algunos, medio en chiste, medio en serio, dicen que parece artificial.
“No hay muchos evangélicos saliendo de Cuba”, apuntó Donald Trump.
Desde la otra orilla ideológica, Chris Matthews, comentarista de la cadena televisiva de orientación liberal MSNBC, aseguraba al aire que ni Cruz ni Rubio eran “hispanos de verdad”, haciendo eco de lo que muchos sugieren: que un cubano-estadounidense no va a representar adecuadamente a la mayoría mexicana de la comunidad latina en Estados Unidos.
El comentario generó algunas reacciones furibundas desde Miami como la del alcalde de la ciudad, el también cubano-estadounidense Carlos Jiménez, reclamando al comentarista que cuestionara la “latinidad” de Cruz y Rubio.
Pero, dirán otros, las diferencias existen.
Los cubanos no tienen tantos problemas migratorios por el trato preferencial que reciben de las autoridades de Washington, y en promedio tienen un estatus socioeconómico más alto que los mexicano-estadounidenses.
“La mayoría de los latinos en Estados Unidos dice que hay más diferencias que cosas en común entre los hispanos en el país”, le decía en abril pasado a BBC Mundo Mark Hugo López, director de investigaciones hispanas en el Pew Research Center, un centro de pensamiento en Estados Unidos especializado en estudios de opinión.
Según el censo de 2010, en Estados Unidos viven alrededor de 50 millones de hispanos.
De ellos, la abrumadora mayoría es de ascendencia mexicana: 31 millones de personas reportan ese origen. La población cubana no llega a los 2 millones.
Pragmático
Ted Cruz aspira a repetir en Nueva Hampshire el triunfo de Iowa.
Incluso si hiciera mayor gala de su latinidad, no tendría asegurado el apoyo de la mayoría mexicana de la comunidad hispana.
En cambio, su imagen política hace énfasis en otros aspectos como su fuerte fe evangélica, algo que lo pondrá en contacto con decenas de millones de estadounidenses a lo largo del país, y que jugó un papel concreto en su victoria en Iowa.
Cruz no ha jugado en su vida pública la carta de presentarse como un ejemplo del sueño inmigrante. Prefiere ser un estadounidense, a secas.
Esto le ha dado frutos que ningún otro latino ha podido cosechar antes, aunque tan pocos de sus compatriotas hispanos se sientan inclinados a compartir ese triunfo.
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