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Opinión: El nuevo implemento en mi aula para bloqueos escolares: un cubo para popó

A teacher secures her classroom door.
Cati García, maestra de la Escuela Secundaria Valley en Escondido, asegura la puerta de su salón de clases durante un simulacro de tiro activo el 21 de abril de 2018.
(Howard Lipin/The San Diego-Union-Tribune)
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Cuando mis alumnos regresen a clase esta semana, los recibirá el necesario y renovado equipamiento para casos de bloqueo escolar. Fue entregado a mi clase de Colocación Avanzada de Composición y Lenguaje para 11° grado en el otoño, durante una lección sobre cómo crear una tesis. Mis alumnos aplaudieron su llegada y todos, en broma, pidieron el derecho de probar primero el “dispositivo de seguridad”.

El aula de mi escuela pública, como muchas otras en el condado de Ventura, y la mayoría de los condados en California, ahora tiene su propio cubo para hacer popó.

Hay pocos indicadores de rendición pública que se pueden aplicar a todo un país, pero parece claro que colocar inodoros portátiles primitivos en las aulas dice mucho sobre la mentalidad de los funcionarios estadounidenses acerca de la violencia armada en las escuelas. El cubo de mi salón ‘habla’ a gritos: “Los tiroteos en las escuelas están aquí para quedarse, así que vamos a ajustarnos”.

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California es uno de los muchos estados donde los funcionarios del distrito escolar están colocando inodoros portátiles en las aulas para su uso durante largos bloqueos debido a tiradores activos.

Los elegantes cubos tienen tapa, un asiento sorprendentemente cómodo y proveen todos los plásticos correctos (tapetes para piso, guantes y bolsas) para garantizar un ambiente estéril si son usados en el aula, a escondidas de los asaltantes armados que intentan asesinar a los niños y a los adultos que les enseñan y cuidan.

El país coqueteó con la idea de armar a los maestros, contratar veteranos con rifles de asalto como guardias y aumentar los fondos policiales para tener oficiales armados en el campus. La idea políticamente polarizadora del control de armas ha sido discutida, pero no se llegó a nada.

Ante el creciente número de tiroteos escolares en la última década, el país aún no tiene medios para detener estos eventos. Muchas escuelas han aumentado la seguridad del campus y capacitado a profesores, supervisores y estudiantes con la táctica de supervivencia de “huir, esconderse, pelear”. Si es posible, “huya” de los disparos y fuera del campus; “escóndase” en un lugar con puertas cerradas y mantenga silencio; “pelear” cuando todas las demás opciones fallan porque la alternativa es la muerte.

Los simulacros de bloqueos son inquietantemente comunes y cuando suena la alarma de incendio no hay evacuación: todos se inmovilizan y esperan escuchar un anuncio que autoriza a evacuar, ignorar o cerrar puertas.

La capacitación y las precauciones son necesarias, pero una respuesta sitio por sitio no es suficiente. Aparentemente, los distritos escolares se han topado con la inutilidad de esperar que el gobierno proponga una forma de ayudar a prevenir o impedir el asesinato de menores con armas de fuego mientras están en la escuela. Es más fácil entregar a los maestros cubos portátiles para hacer popó.

No puede haber un indicador público más claro de que vivimos en un país que acepta la violencia armada que el proporcionar a las escuelas una forma para que los niños hagan sus necesidades en clase mientras esperan a ver si serán ejecutados, en lugar de simplemente encarcelarlos por su propia seguridad.

Más deprimente que la entrega del cubo es la fácil aceptación por parte de los escolares. Los actuales estudiantes de último año de preparatoria nunca han ido a la escuela sin simulacros de bloqueo. Mis alumnos comprenden muy bien la necesidad del cubo, especialmente después de la masacre en el bar Borderline, en Thousand Oaks en 2018, y el tiroteo en la escuela Saugus, en Santa Clarita, un año después.

Los simulacros de disparos activos son tan familiares para ellos como los simulacros de bombardeos nucleares para la generación de los baby boomers. Lamentablemente, mis alumnos también entienden la inutilidad de los ejercicios para frustrar a los tiradores en masa.

La mayoría de las escuelas no fueron construidas para mantener a los niños a salvo de las balas: tienen ventanas que dan al exterior. Si el edificio cuenta con buen mantenimiento quizá haya cortinas, que se pueden cerrar rápidamente, pero es difícil crear la ilusión de un aula vacía cuando suena la campana al principio y al final de las clases, y el horario diario es fácil de encontrar en línea.

Muchas escuelas tienen campus cerrados, con portones asegurados y perímetros claramente definidos, lo cual puede dificultar el escape. Varios de mis alumnos son más que capaces de escalar rápidamente una cerca, pero no todos pueden hacerlo. La supervivencia de un adolescente no debe depender de la rapidez con que pueda saltar una barrera diseñada para ser difícil de escalar.

Yo no tengo adiestramiento de combate. Los soldados pueden someterse a meses de entrenamiento de alta intensidad y aún así no sentirse preparados para su primer fuego real. La idea de que un maestro pueda aprender rápida y fácilmente cómo asegurar una habitación y proteger la entrada de un perpetrador armado es absurda. Es un movimiento de último recurso, un acto de desesperación.

Los estudiantes, los docentes y los padres tienen la esperanza de que nadie apunte a su escuela. Parece que todo lo que realmente tenemos son esperanzas, oraciones y cubos para popó.

Thomas Smith enseña desde hace una década en una escuela pública secundaria en el condado de Ventura.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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