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Diseñador de moda guatemalteco compensa con sus manos las limitaciones de sus pies

Obispo Agiataz utiliza para sobrevivir su silla de ruedas eléctrica y una máquina de coser.
Obispo Agiataz utiliza para sobrevivir su silla de ruedas eléctrica y una máquina de coser en la que crea todo tipo de diseños
(Soudi Jiménez/Los Angeles Times en Español)
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“¿Me traes un cierre?”, pidió Obispo Agiataz a su esposa.

Agiataz se acomoda en su silla y toma en sus manos un retazo de tela. Enciende la máquina de coser y en menos de un chasquido de dedos había pegado el zipper para elaborar una bolsa, dejando en evidencia su pericia para la costura, una profesión a la que se ha dedicado desde hace 28 años.

“Si no trabajo, la discapacidad me debilita”, reconoció el inmigrante originario de Guatemala que para desplazarse utiliza una silla de ruedas eléctrica, debido a la poliomielitis que le dañó sus piernas cuando tenía tan solo 12 meses de nacido, algo que lo postró en su hogar en una remota aldea de Totonicapán.

Obispo Agiataz muestra unas de las gorras que ha bordado para algunos de sus clientes.
(Soudi Jiménez/Los Angeles Times en Español)
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A pesar de la limitación en sus pies, Agiataz ha sabido darle vuelta a la moneda para salir adelante y se ha apoyado en sus manos para diseñar trajes, camisas, vestidos, blusas, pantalones y gorras, con lo cual genera un ingreso para llevar el sustento a sus tres hijos de 6, 4 y 3 años de edad.

“Lo que es de ropa hago todo para cualquier ocasión”, reconoce el guatemalteco, de 38 años, mientras muestra unos diseños de gorras que ha elaborado para algunos artistas locales y una organización comunitaria.

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En su día a día, Agiataz utiliza un bastón y a veces se mueve en una silla de oficina con ruedas; en la entrada de su apartamento, tiene la silla de ruedas eléctrica y en el vehículo mantiene una silla de ruedas manual, preparado para cualquier situación cuando sale a alguna actividad.

En Los Ángeles, en donde reside desde el 2007, se le hace fácil desplazarse. Sin embargo, en su natal aldea de Nueva Candelaria, en el municipio de San Cristóbal, pasó por lo menos los primeros ocho años de su vida confinado a su vivienda, después de que los médicos descartaran su recuperación.

“No se puede hacer nada, hay que esperar la voluntad de Dios con él, ya no hay nada”, dijeron los médicos a sus padres.

Obispo Agiataz comenzó a la edad de 10 años como aprendiz en un taller de costura en su natal Guatemala.
(Soudi Jiménez/Los Angeles Times en Español)

No obstante, la iniciativa de su padre, cuenta Agiataz, le dio una chispa de vida. Se le ocurrió hacer una especie de cuna, insertó en el suelo unas piezas de madera y colocó al niño en medio para que intentara apoyarse. Ante el asombro de todos, la idea funcionó y el pequeño aprendió a pararse por su cuenta.

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Al mismo tiempo, su progenitor le empezó a enseñar el oficio de sastre; con él aprendió a colocar botones, el fundamento para que después se explayara en el mundo de la moda.

“Mi papá fue el motor de las bases que dí, él fue más que un terapista”, confesó sobre el impacto que causó en su vida.

Luego aprendió a moverse con bastón y muletas, algo que le sirvió para que a los 10 años de edad se fuese a la capital guatemalteca como aprendiz de un taller de costura.

En ese primer trabajo pasó de botonero a sastre. Ahí aprendió a confeccionar trajes, vestidos y blusas de mujeres. Sin embargo, todavía recuerda con dolor que tuvo que cambiarse de taller, porque sus compañeros se burlaban y lo menospreciaban por su discapacidad física.

“A veces me pegaban, se burlaban, decían que no servía para nada”, rememoró sobre ese trago amargo cuando tenía 13 años. “A mí me afectó, hubo un momento en que me quise ir a tirar debajo de un carro por la desesperación”, confesó sobre ese momento de humillación.

Agiataz cuenta que debido a la poliomielitis su pierna izquierda es como un pedazo de tela, no se puede apoyar en ella. En cambio, con su pierna derecha tiene fuerza y con la ayuda de un bastón puede dar dos o tres saltos seguidos, para alcanzar la silla de ruedas en la que se desplaza con destreza.

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En su tierra, asegura que no fue a la escuela y en su trabajo hablaba K’iché, el idioma indígena de su comunidad. En cambio, el dominio que adquirió en la costura le abrió puertas y antes de poner su propio taller, en su aldea natal, laboró en unos 20 negocios de costura diferentes.

El negocio propio lo tuvo unos nueve meses, pero al ver que no despegaba debido a la falta de transporte público en la zona, decidió emigrar

En el sur de California, poco después de llegar encontró trabajo en fábricas de costura; no obstante, a causa de su limitación física la duración en esos empleos ha sido intermitente, algo que cambió en el 2015, cuando conoció a un cantante local al que le comenzó a diseñar trajes.

“Lo conocí ayudando a personas en un evento comunitario”, relató sobre la forma en que entró en contacto con Eutiquio Saldaña, conocido como “El Tiky Saldaña”, quien ha llevado a Agiataz a entrevistas de radio y lo ha presentado como su diseñador.

Luego llegaron otros artistas como Kimberly García, exconcursante de La Voz Kids 2013; Jackelin Barrera y Marco Moreno, a quienes también les ha creado atuendos para sus presentaciones.

En este momento, a raíz de la pandemia el trabajo ha bajado, por lo que con lo poco que tiene ha aprovechado de ayudar a organizaciones sin fines de lucro como Mujeres de Hoy, a la que les ha donado gorras con bordados hechos con su ingenio.

“Ahorita ando buscando compañías que estén interesadas en mis gorras, para bordarles sus logos”, aseguró, al mismo tiempo que está pensando en reinventarse. “Estoy en un plan, quiero hacer ropa para médicos, como las camisas y chaquetas. Dios dirá”, destacó.

Obispo Agiataz afirma que su padre fue su motor en la infancia y ahora él ha encontrado en su familia su inspiración.
En la infancia, Obispo Agiataz afirma que su padre fue su motor y ahora él ha encontrado en su familia su propia fuente de inspiración.
(Soudi Jiménez/Los Angeles Times en Español)

De alguna manera, el mundo de los diseños le ha ayudado a valerse por sí mismo, pero no oculta que cuando ve a gente ejercitándose o jugando fútbol en los parques le dan deseos de hacer lo mismo.

Por esa razón, cuando sus hijos se entretienen dándole patadas a una pelota y ganan trofeos en los torneos que participan, Agiataz lo celebra como suyos.

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“Me gustaría jugar futbol, pero no puedo. Al ver a mis hijos jugando, me levantan el ánimo para seguir trabajando, por eso al ver los trofeos que han logrado me da orgullo”, reconoció señalando una media docena de premios que permanecen en un estante en la pared junto a sus tres máquinas industriales.

La reducción de trabajo no le preocupa mucho, reconoció. Mientras la demanda de sus servicios en alteraciones y confección de prendas se nivela, este diseñador está aprovechando el tiempo cuidando a sus hijos, pues los dos mayores están recibiendo clases en línea.

En la infancia, Agiataz afirma que su padre fue su motor y ahora él ha encontrado su propia fuente de inspiración para no darse por vencido.

“Mis hijos me motivan mucho, tengo una familia que me apoya, es lo que me motiva para salir adelante”, concluyó.

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