Anuncio

ENTREVISTA con Julián Woodside: el ‘Ociólogo de fenómenos cotidianos’

Share via

Julián Woodside es una persona fuera de serie que se ha dedicado desde hace años —desde la praxis y la academia— a la investigación de fenómenos musicales y sonoros a través de su relación con procesos creativos, mediáticos y de construcción de memoria colectiva y de identidad. Tiene doctorado en Literatura comparada (UNAM); es maestro en Historia (FFyL / UNAM) y licenciado en Comunicación Social con especialización en Semiótica (UAM-X), entre otras cosas.

En una larga charla, Julián y yo platicamos de retórica; de identidades a partir de paisajes sonoros y música; del impacto del sampleo en la memoria colectiva; del sonido; de cultura popular; semiótica y literariedad; reciclaje cultural y demás intereses de un hombre que, a partir del entendimiento de fenómenos cotidianos, se considera a sí mismo un “ociólogo” antes que otra cosa.

En 2017, Julio Patán y Alejandro Rosas, ambos escritores, historiadores, columnistas y bohemios (entre otras cosas), publicaron el exitoso libro México bizarro (Editorial Planeta), un compendio de 90 historias delirantes, estrambóticas, absurdas, bizarras, que tomaron de la realidad histórica mexicana desde territorios como la política, la nota roja, la farándula, el deporte y la cultura.

Primero que nada, platícame sobre tu proyecto de doctorado en literatura comparada en la UNAM.

Anuncio

Es un proyecto que defino bajo la noción de ‘retórica intermedial’. Estudié una licenciatura en Comunicación social y me especialicé en Semiótica, y una maestría en Historia cultural donde trabajé temas de memoria e identidad. Al terminar la maestría sentía que algo me faltaba. Comprendía cómo los medios y las artes influían en la construcción de memoria e identidad, así como en múltiples representaciones de la realidad, pero quería entender cómo desarrollamos estrategias de persuasión y creatividad desde –y entre– distintos medios. Es decir, quería comprender cómo mediamos, desde un segundo grado, nuestro entorno a la vez que el entorno influye en la manera en la que mediamos y creamos. George Lakoff y Mark Johnson plantean que nuestra forma de concebir el mundo es metafórica. ¿Qué pasa cuando dicha forma de pensamiento se ve permeada por los cánones mediáticos y artísticos de una época? El proyecto es por lo tanto una revisión histórica de procesos retóricos y creativos entre distintos medios (pintura, música, danza, literatura, plástica, etcétera), así como una manera de explicar cómo se vive la mediación de lo cotidiano, desde una perspectiva retórica.

El secretario de Hacienda de México renunció repentinamente el martes por desacuerdos con el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, a quien acusó de “extremismo” fiscal.

¿Cómo repercute el paisaje sonoro en la sociedad?

El paisaje sonoro es consecuencia de las actividades sociales y humanas cotidianas, a la vez que este repercute en las mismas. Por ejemplo, podemos comprender, como planteó Murray Schafer, varios aspectos de una sociedad al analizar su paisaje sonoro. Pero como también han planteado otros autores, el entorno acústico donde nos desenvolvemos influye de igual manera en nuestras acciones y percepciones del mundo.

Es decir, el paisaje sonoro de un espacio en particular determinará cómo vamos a actuar en el mismo (un hospital o una fiesta, por ejemplo), y el entorno acústico en el que nos desarrollamos cotidianamente sin duda forma parte de nuestra identidad tanto individual como colectiva. Así que tanto el paisaje sonoro incide en nosotros como nosotros en él.

Muchos pensamos que tarde o temprano, el presidente Trump escogerá a México como objetivo favorito de sus ataques durante sus mítines electorales. Los temas serán, al menos: inmigración, seguridad fronteriza, comercio y empleos que están en México y que, según él, deberían estar en Estados Unidos.

¿Cómo se relaciona esto con la manera en la que un sampleo impacta en la memoria colectiva?

Es el tema de mi tesis de licenciatura. Me interesaba comprender cómo el sampleo no sólo servía como recurso creativo al momento de componer una canción o una pieza musical, sino que también servía para reproducir y perpetuar ciertos imaginarios desde un plano sonoro. Por ejemplo, cómo los discursos de Martin Luther King eran relativamente comunes en ciertos contextos de música electrónica y hip hop, o cómo mucho del rock mexicano de los noventa utilizó sampleos de la ciudad de México como recurso identitario. De esta manera, un sampleo jugaba con –y reforzaba– ciertos aspectos de la memoria colectiva de una comunidad.

Existen diferentes vías para cuestionar el entorno en el que vivimos, y la música es una de ellas. “Nuestro entorno no sólo es color, sino también sonido y muchas otras cosas”; dice el físico belga Ilya Prigogine. ¿Qué es el sonido para Julián Woodside?

Me encanta estudiar lo sonoro porque implica de entrada dos sentidos: el oído y el tacto, además de que permite jugar con la imaginación. Es un fenómeno que te vulnera de múltiples formas: es íntimo y a la vez racional, detona reacciones instintivas y a la vez experiencias poéticas. A diferencia de lo visual, lo sonoro puede trascender muros, fronteras, barreras, nos dice mucho de nuestros vecinos y de nuestro entorno, pero es tan cotidiano y natural que lo damos por sentado. Para mí el sonido es algo que todavía no hemos analizado con detenimiento, pero que al mismo tiempo comprendemos a profundidad.

¿Crees, como afirma George Lucas, que el sonido es el cincuenta por ciento en la escena de acción de una película?

Depende de cada película y de cada situación. Antes lo creía, sobre todo por seguir la línea de legitimar la importancia de analizar lo sonoro en el cine. Sin embargo, para mí la experiencia cinematográfica implica una cuestión tripartita: imagen, sonido y performatividad (que contempla desde cuestiones de montaje e intenciones tanto en imagen y sonido, como de la performatividad misma de los personajes involucrados). Claro, en los libros de análisis cinematográfico dedican muchos capítulos a la imagen y, si bien nos va, un capítulo a lo sonoro, cuando debería de haber discusiones equivalentes para cada capítulo en un plano sonoro. Sin embargo, más allá de hablar de la experiencia cinematográfica en abstracto, hay secuencias donde lo sonoro es mero acompañamiento, pero hay otras donde todo el sentido de la narrativa recae principalmente en lo sonoro. Por eso depende de cada caso y de las intenciones de quien realice la película.

¿Te consideras doctor en literatura comparada, maestro en historia o comunicador?

Yo siempre digo que soy un ociólogo, porque me interesa entender fenómenos cotidianos y que damos por sentado, pero que repercuten en nuestra valoración del entorno y de los demás seres humanos de forma compleja. Por ejemplo, analizar formas de construcción de otredades sonoras, de clasismo y discriminación en lo musical, me permite comprender con mayor detalle cómo perpetuamos dichas dinámicas en lo macro que si analizara formas mucho más explícitas de racismo y clasismo. Es exactamente en esas “pequeñas” dinámicas cotidianas donde se afianza un resentimiento que tiende a escalar y formar parte de un rechazo a un todo que representa “el otro”.

Yo analizo fenómenos sociales, culturales y artísticos, y para ello he explorado y estudiado las herramientas que me pueden ofrecer esas tres disciplinas, comunicación, historia y teoría literaria, entre muchas otras. Sin embargo, las etiquetas disciplinares siempre me han parecido restrictivas. Necesarias, claro, por temas de formación. Pero en la práctica lo que me interesa es el conocimiento, el entendimiento, y eso trasciende cualquier disciplina. Tristemente, mientras más se involucra uno en los contextos académicos se da cuenta que la tendencia es, irónicamente, a excluir, en lugar de dialogar. Se suele hacer menos a alguien si proviene de tal o cual disciplina o vertiente, en lugar de explorar puntos en común con los propios intereses e inquietudes. Por eso detesto las etiquetas, pero respeto la importancia de la formación disciplinar.

¿Cómo llegaste a la revista Picnic?

Si bien hace años que no colaboro con dicha revista, la historia es la siguiente. Cuando terminé la maestría traté de reconectarme con el ámbito editorial, pues había trabajado en algunas revistas antes, principalmente musicales. Buscaba, al final de cuentas, generar ingresos, pues siempre que uno termina un grado resulta complicado salirse de la burbuja académica y reinsertarse en lo laboral.

Revisando el panorama editorial me encontré con Picnic y me gustó mucho su discurso y su estética, razón por la que les escribí. A partir de ello conocí a Ingrid Constant, de quien agradezco la calidez de su respuesta y disposición para que yo colaborara. A pesar de que curiosamente Picnic no paga, escribí unos textos; pues fue justo el tipo de respuesta lo que me dio empuje a seguir tocando otras puertas. Tiempo después conocí a otras personas de la revista, como Estephani Aguilar, Oscar Rodríguez Amado y Kenia Narez, a quienes estimo mucho y con quienes desarrollé varios proyectos y textos entrañables, ya como parte de una colaboración más constante. Tiempo después me distancié, y hubo algunas diferencias, pero es un medio que estimo.

¿Qué representa para ti la idea de cultura popular en un país como México?

Mucha riqueza, gastronómica, musical, cinematográfica, literaria, etcétera. Disfruto mucho México por eso. El problema es que siento que en ocasiones el término “cultura popular” tiene connotaciones negativas, un poco por políticas culturales que se desarrollaron a lo largo del siglo XX, las cuales buscaron “oficializar” diversas prácticas populares. De esta manera, la cultura popular tendió a “osificarse”, a volverse una caricatura, y por eso muchos medios han buscado imponer gustos en lugar de monitorear lo que ocurre. Es todo un universo que no logramos dimensionar, sobre todo por el centralismo y oficialismo de la cultura en México. Sin embargo, internet y la multiplicación de medios independientes han reducido un poco esa rigidez, aunque todavía falta mucho por explorar y, sobre todo, documentar para entender más sobre la cultura mexicana del siglo XX y lo que va del XXI.

Háblame del tema “semiótica y literariedad”.

Es un curso que he impartido en la maestría en Literatura Mexicana Contemporánea de la UAM Azcapotzalco. Mucho de lo que he trabajado ha sido semiótica aplicada a distintos medios (música, cine, plástica, danza, televisión, publicidad, etcétera). Entonces, lo que se busca con el curso es establecer diálogos entre las herramientas de la teoría literaria y de la semiótica (que claro que debe mucho a la teoría literaria) para que los alumnos comprendan cómo hay la posibilidad de aproximarse desde una “literariedad” a medios no verbales o no narrativos. Es bastante divertido, gira en torno a encontrar y analizar conexiones poéticas y retóricas entre lo más mundano y lo más experimental, algo que también tiene que ver con mi tesis de doctorado.

“La semiología permite comprender, analizar, descifrar, es algo defensivo, es Borg (tenista sueco). La retórica está hecha para persuadir, convencer, vencer, es algo ofensivo, es McEnroe (Ibid estadounidense)”; escribió el novelista francés Laurent Binet en ‘La séptima función del lenguaje’ (2015). Para Julián Woodside, ¿cómo dialogan y se influyen entre sí la semiótica y la retórica?

Curiosamente hay quienes han llegado a decir que la Semiótica es la Retórica contemporánea, pero yo haría matices. Creo que depende mucho del enfoque, de la manera como te aproximes y / o las apliques. Tanto la Semiótica como la Retórica te permiten desarrollar recursos para persuadir (van a la “ofensiva”), y a la vez te ofrecen herramientas para analizar algo (son “defensivas”). Se complementan de la misma manera que la Hermenéutica y la Semiótica se complementan. Por ejemplo, un texto clásico de la semiótica es ‘Retórica de la imagen’, de Roland Barthes, mientras que muchas de las bases de la semiótica contemporánea las desarrolló Umberto Eco al reflexionar sobre la mediación y la creación desde la Hermenéutica. La diferencia disciplinar en cada caso implica comprender los matices, las inquietudes y las preguntas que les motivan. Habrá, claro está, puristas que desarrollen infinidad de páginas sobre las diferencias de manera tajante, pero algo que me gusta de los autores clásicos, tanto de Semiótica como de Retórica, es que se preocupaban más por entender fenómenos que por definirse disciplinariamente. En este sentido se podría decir que la Semiótica reconoce abiertamente lo que debe a la Retórica, pero al mismo tiempo las vertientes retóricas que se han aproximado a fenómenos no verbales deben mucho a discusiones originadas desde la Semiótica.

Del 68 al 77, Rodolfo Fogwill produjo un promedio de 150 páginas por semana de informes. E hizo mucho estudio de relato y de semiótica aplicado a lo que realmente le importaba, la ideología y el trabajo sobre la conciencia de los otros: la persuasión. ¿Qué es lo que realmente le importa a Woodside?

Entender el mundo desde lo simbólico (con toda la complejidad que eso implique), comprenderlo y tratar de incidir positivamente en el mismo. ¡Ah! Y en el proceso disfrutarlo. No sé, está tan jodido todo a nuestro alrededor que creo pertinente hacerlo llevadero, partiendo de reconocer los privilegios de uno y de ahí tratar de sumar. Reconozco que tengo una adicción a tratar de entender los “porqué” de muchos fenómenos contemporáneos, y creo justo que el equilibrio que trato de mantener entre lo académico, la escritura de ensayos y el hacer consultorías para estudios de mercado, publicidad y planning me permiten satisfacer dicha “adicción” de manera congruente.

Por otra parte, ¿en qué dirías que consiste el reciclaje cultural?

En el día a día. La cultura es reciclaje. Ahora está de moda hablar de “apropiación” y “reapropiación”, lo cual deja claro que no se entiende que esto lo hemos hecho a lo largo de la historia y es algo cotidiano. De hecho, el “reciclaje” es lo que da empuje histórico a cualquier sociedad. En varias ocasiones he planteado que desde el uso de metáforas en la Antigüedad, al sampleo de medios sonoros, visuales y audiovisuales en la actualidad, constantemente nos “apropiamos” del entorno para apre(he)nderlo. El reciclaje cultural se forja viviendo en sociedad. Al mismo tiempo, el reciclaje cultural da sentido y continuidad a dicha sociedad.

¿Cuál es la historia del sampleo en México?

Depende de qué entendamos por sampleo. Si apelamos a lo musical de manera tradicional claro que no era posible antes de la adopción de tecnologías de grabación. Entonces, en México se vincularía con mucha de la historia de la Electroacústica, y posteriormente con la inserción de fragmentos de paisajes sonoros y musicales en canciones populares. Pero antes de la popularización de la cinta magnética Silvestre Revueltas ya “sampleaba” a su manera, pues emuló sonoridades urbanas en composiciones como “Esquinas”. Lo mismo Melesio Moráles, quien en el siglo XIX compuso “Sinfonía Vapor”, la cual incorporaba en la partitura el sonido de una locomotora muy al estilo de lo que Tchaikovsky hizo con cañones en “La overtura de 1812” o George Antheil con algunos otros sonidos en “Ballet Mécanique”. Pero, si entendemos el concepto de sampleo más allá de lo musical, entonces encontraremos MUCHOS ejemplos en pintura, literatura, etcétera. Insisto, el sampleo es sólo una de múltiples formas en las que nos apropiamos del entorno y lo remediamos y reconfiguramos.

A tu parecer, cuál es la mejor banda mexicana.

¡Zaz! Pregunta tajante y sin preámbulo. ¿En cuánto a qué? ¿Profesionalismo? ¿Estilo? ¿Qué genera vínculo con el público? ¿Qué entenderíamos por “mejor”? ¿Nos basamos en criterios típicos de Occidente como la “técnica”? Creo que la mejor banda es la que suena en el momento y lugar correcto y conecta con la gente, esto sin importar qué estilo musical toque. A partir de ello podríamos pensar en artistas desde Los tigres del norte y Banda el Recodo, pasando por Caifanes, Café Tacvba y Zoé, hasta varios poperos que sí o sí siguen haciendo bailar y cantar a la gente en cualquier momento. Sin embargo, también pensaría en músicos electrónicos, de punk, metal y hasta de noise y experimentación sonora. Hay además muchas bandas que considero muy buenas, pero que siento que no han logrado cuajar y ofrecernos obras sublimes. Y otras que han generado discos para mi entrañables, y de esas sin duda hay muchas mexicanas de las últimas tres décadas. Pero sí, hoy día creo que la mejor banda es la que me hace conectar con otras personas, y para lograr eso siempre depende del momento y del lugar.

¿Se puede hablar de una historia del videoclip en México?

¡Claro! Se podría oficializar de alguna manera, pero contempla varias historias paralelas y subordinadas relacionadas con el videoarte, la tecnología, etcétera, las cuales se conectan de manera cada vez más compleja. Estoy desarrollando un libro al respecto, el cual espero terminar algún día si muchos de quienes quiero entrevistar dejan de cotizarse. Sin duda hay una historia lineal que tradicionalmente empieza a mediados de los ochenta, con un clímax hacia finales de los noventa, una supuesta decadencia en los dosmiles y un reciente renacimiento con la diversificación de formatos, estéticas, narrativas y, sobre todo, posibilidades de difusión.

Pero no podemos entender buena parte de eso si no revisamos la televisión musical de los sesenta y setenta, o el cine musical desde décadas atrás. Es una historia compleja que implica cuestiones no sólo económicas y morales (el conservadurismo ha limitado muchas expresiones), sino incluso políticas (intentos de prohibición), de género (ha sido una industria sumamente machista), entre muchas otras.

Espero sacar pronto el material, ahora lo que necesito es organizar mis ideas y concluir unas entrevistas antes de hacer la redacción final del libro.

Anuncio