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OPINIÓN: El Paso y los límites a la complicidad con Trump

Empleados de Walmart reaccionan después de un tiroteo en la tienda de El Paso el 3 de agosto.
(Mark Lambie / El Paso Times)
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Los lamentables sucesos de El Paso, Texas en los que un joven mató a 20 personas e hirió a 26, deben motivar que por varias razones nos cuestionemos en México la complicidad que, por la vía de los hechos, tenemos con las posiciones antiinmigrantes del presidente Trump.

Ciertamente, detrás del ataque están los factores de siempre. El joven confundido, enfermo, sin esperanza, que tiene acceso muy fácil a armas de alto poder, pero a diferencia de otros hechos similares, éste es muy claro en sus razones. Se trata sin lugar a dudas de un ataque a los inmigrantes. Cuando eso ocurre en El Paso, a 10 horas de donde el asesino reside, la referencia a los inmigrantes hispanos y particularmente a los mexicanos es inevitable. Es un ataque a la comunidad mexicana.

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Para quienes conocen la región, la zona El Paso-Ciudad Juárez es quizá la más integrada y binacional a lo largo de la frontera entre los dos países. Es prácticamente una ciudad dividida por la línea fronteriza y el centro comercial donde ocurrió el ataque se llena cada fin de semana de residentes de Ciudad Juárez. Lo que ocurre en El Paso, repercute casi inmediatamente en Ciudad Juárez. Incluso espacialmente puede considerarse un ataque hacia una comunidad binacional, México-Estados Unidos.

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La influencia del discurso antiinmigrante del presidente Trump, en la mente del atacante es evidente. Quizá por ello, 24 horas después sólo ha enviado mensajes a través de redes sociales e incluso el domingo por la mañana mezcló la tragedia con la que ocurrió en Dayton, Ohio, tratando de diluir la relación que seguramente se hará entre sus discursos antiinmigrantes y el atacante de El Paso, para presentar ambos sucesos como derivados de gente enferma sin motivos explícitos.

Las autoridades federales y locales dicen que hay una mayor preocupación por el terrorismo doméstico y la supremacía blanca.

Sin decir que Donald Trump dirigió el ataque, no será fácil disociar sus posiciones de los motivos del atacante. No solamente por el manifiesto que publicó -al momento de escribir este artículo todo apunta a la autenticidad del mismo pero aún está por confirmarse oficialmente-, en el que retoma incluso los mismos términos usados por Trump cuando habla de una invasión de hispanos, o de que éstos y sobre todo sus hijos quitarán empleos a los estadounidenses, o de que habrá un reemplazo cultural y étnico en la sociedad estadounidense.

Como Trump, el atacante acusa a los demócratas de ser pro inmigrantes. Incluso, más allá de su manifiesto, desde 2017, en sus redes sociales, expresa de manera muy clara sus coincidencias para frenar la invasión de migrantes hispanos y construir un muro.

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Y en este escenario ¿quién es el principal socio, el principal cómplice de Trump en el tema migratorio? Expresado por él mismo –paradójicamente-, el gobierno mexicano. Quizá sin pretenderlo, la colaboración de la que nuestras autoridades se sienten orgullosos al detener migrantes, proyecta y alimenta de forma y de fondo la imagen de que se trata de delincuentes, de personas negativas para una sociedad, exactamente como Trump y el atacante del centro comercial en El Paso sostienen. Porque de otra forma no se usaría a la Guardia Nacional para detener esa “invasión” o para perseguirlos, ni se les tendría viviendo en las condiciones de insalubridad en las que se les mantiene.

Hasta por conveniencia política, lo que ocurrió en El Paso, debe llevarnos a cuestionar el tipo de colaboración que estamos teniendo con el gobierno de Trump en el tema migratorio. Sí hay de otra: poner como eje de la relación entre los dos países por ejemplo que se regularice a los Dreamers mexicanos, que se regularice a los indocumentados, que desde México se apoye a la comunidad mexicana en Estados Unidos para que acceda más a la educación superior, para que tenga servicios de salud, para que se integre mejor a la sociedad estadounidense y no sean vistos como un peligro, como un enemigo, para que no se les use políticamente. Esa es la mejor forma de protegerlos sin andar pidiendo favores.

Nadie duda de la ideología o de los principios del presidente mexicano, ni de sus intenciones e instrucciones de respetar los derechos humanos de los migrantes o de que en el largo plazo -muy largo quizá-, la solución está en el desarrollo y el acceso a oportunidades, el problema es que la ideología en algún momento hay que llevarla a la práctica.

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